domingo, 5 de julio de 2009

1.1

Sofía recordó claramente mientras le daba el sí a Gonzalo el momento en que Gabriel la besó por primera vez.
Fue de esos momentos rarísimos que no encajan ni en lo romántico ni en lo patético. Era martes y ella salía temprano de la oficina, cosa rara cuando trabajas en un banco multinacional. Las calles lucían peligrosas no por los ladrones disimulados entre peatones y compradores, sino por lo agresivo del ambiente: eran fiestas y todos andaban alborotados. Chicas esperando a sus príncipes azules, gavilanes pensando a que pobre flor se levantarían esta noche y niños emo paseando juntos pero solos a la vez. Las señoras los señalaban con mirada de reproche y casi todos se pegaban a ella, o por lo apretado de las calles del centro o por simplemente tocarla.
Sofía se cansa mucho de este país donde todo es sexo, donde los periódicos más vendidos tienen calatas en su portada y donde los hombres son cerdos machistas con ganas de follar, ver el fútbol a pesar de que nuestra selección es una de las peores del mundo, chupar hasta morir y nada más. Ya no hay hombres románticos, o si los hay, a ellos también le gustan los hombres. Mira alrededor y entre tanta gente sonríe, de esa forma en que la vió Alejandra muchas veces: esporádicamente y esfumándose rápido. La chica que baila sola en los callejones, la que se encomienda a Dios cada mañana al mismo tiempo que atrapa al sol en una jaula dibujada en la ventana, ella está triste y se siente decaida.
-Espero no demorarte mucho.
Ella volteó y esta vez la sonrisa duró mucho más, casi toda una vida. Gabriel estaba con la misma camisa eterna y la sonrisa sincera en aquel rostro de niño. Él recordaría ese momento como el primero en que se sintió como los humanos, en el que de verdad podría dejar una cruz por dedicarse a una familia y a ser feliz. Estaba en su ropa de trabajo pero el sentía que ella tenía un vestido verde, de ese color que le sienta tanto, y que nadie más existía, ni siquiera ese señor que gritaba 'los amarres' ni las chicas bonitas que repartían publicidad de Movistar. La tomó del brazo y por primera vez sintió el tacto de una mano humana, al tiempo que la guiaba entre la multitud inconciente hacia el único lugar donde se sentía a salvo.
La catedral era inmensa y Sofía detestaba las iglesias por ese olor a muerte. Fue en esa misma iglesia donde hizo su hipócrita confirmación y donde aprendió que nunca se habla en misa. Su abuela, devota a muerte de la Virgen de Chapi la obligaba a asistir todos los domingos, así la Mamita estuviera en su templo, así la pobre se quedase medio dormida con el sermón del padre Salcedo. Que si fuera un retratista haría obras, que si fuera un buen artista lograría conmover y no aburrir a una pobre niña que gracias a esa obligación aprendió a odiar las iglesias, inclusive aquella que es la catedral más hermosa del país.
Y a su abuela no le interesaba su aburrimiento. A doña Susana no le interesaba que su nieta prefierese quedarse a jugar con amigos imaginarios, no no, a ella le interesaba inculcarle la fe de su Señor, le interesaba que su pequeña fuese admitida en el maldito cielo donde ella nunca entraría por culpa de sus miles de infidelidades. Y es que doña Susana, tan respetable en el barrio, vivía enamorada de una hombre que nunca podría tener: su hermano José, el tio abuelo de Sofía.
Ella aún tenía dieciocho cuando se dió cuenta que solamente suspiraba por el último varón de la casa. José estudiaba en el Independencia y llegaba siempre tarde a casa por culpa de las chupas y los partiditos de futbol en los que se perdía. Era liberal total. No respetaba la autoridad y aprobaba de forma maravillosa a pesar de tener sus textos de universidad intactos, tal como se los compró su padrino. Era astuto y despreocupado: vivía el momento, con un sol en el bolsillo y una estrella de la suerte en el firmamento. Todas las chicas del barrio se morían por él y tal vez ese fue el inicio de la pasión secreta de la pobre Susana que aún no tenía nada de doña.
Susana escribía en secreto pedazos de versos, cadenas de palabras ensartadas en garabatos y dibujos alusivos mientras echaba las ganas a la imaginación y pecaba de pensamiento, lo peor según las monjas de su santo colegio. Escribía tanto como lo haría su nieta en el futuro, y ambas escriben con el mismo motivo: descargar la mente, liberar el alma.
Susana soltaba todo el amor del mundo en latinajos espléndidos, en parcas palabras que nunca caían en la verborragea del que mucho abarca. Al contrario, llegaba al climáx rápido y podía demoler cualquier concepto predefinido en esos escuálidos folletitos de amor que vendían en la plaza a cincuenta céntimos. No sólo eso, se los sabía todos: conocía las inspiradas 'eres la risa verdadera entre tanta mentira' tanto como las comunes 'me completas', 'contigo me siento feliz' y la más trillada 'te quiero como a nada en el mundo' Era tanta la inspiración que pronto sus primas cucufatas empezaron a hacerle pedidos románticos, pequeñas esquelas redactadas para los correspondidos.
Lógico que Susana aceptaba soltar todo el amor contenido por su hermano y regalarlo para que otras personas sonriesen pero fallo en algo tremendo: a las mujeres les gusta la poesía, a los hombres, y en especial los de su época, les parece cosa de maricones. Es por eso que ninguna esquela funcionó, es por eso que todas pensaron que Susana debía ser la peor escritora del mundo y la apartaron como sólo las chicas saben hacer: dejando de hablarle de a poquitos hasta ignorarla como si nunca hubiese existido.
José era indiferente a tanta acción entre las mujeres del barrio, hasta que un día encontró un papelito botado, de esos que casualmente uno patea y esconde debajo de algo para no sentir la culpabilidad de estar dejando sucio el suelo, pero no, esta vez lo recogió y lo leyó. Y no creyó lo leido y los ojos lo recorrieron mil veces y nunca lo creyó, ni siquiera cuando Susana vino con la noticia de que estaba embarazada y que tendría que casarse ni cuando Susana misma se lo revelase años después. Nunca creería en toda aquella ternura depositada en un pedazo de papel de esos de enero, no creería en esas letras volátiles donde el 'te amo hermano mío, así sea pecado lo seguiré haciendo, así me lleve el demonio, así me condene para siempre' sonaba falso, sonaba fingido, casi como literatura forzada, como pájaro enjaulado que canta fingiendo ser feliz.
Fue en ese momento en donde se dió cuenta Gabriel que todas las mujeres de esa familia tenían el sufrimiento grabado en el alma.

No hay comentarios: