Soy un eneatipo cuatro, me la paso enganchado al pasado analizando cada pedazo, cada palabra, cada hecho que pasó, pudo ser y lo que hubiese sucedido de haber sido. Mi mente es destructiva en sí misma, sola y en su estado natural encuentra sosiego en sueños extraños como el de anoche.
Era una patio gigantesco, casi un parque pero de alguna forma yo sabía que tenía límites (no los veía ni percibía, pero sabía que ese jardín no era eterno). El maestro Borges nos guió por cada una de las celdas sin rejas que estaban repartidas por el campo, en algunas había una o más personas, pero todas en conductas abstrayentes, algunas trepando por una cuerda sostenida de la nada, otros armando castillos de arena con material inexistente y otros tantos haciendo teatro de objetos inanimados (me llamó la atención un anciano que pretendía ser una silla y de verdad lo parecía.) Una niña pequeña, quizas tú a los cinco años por la voz y la carita perfecta preguntó que hacían.
-Intentan ser felices. Todos lo hacemos, pero ellos están cercanos a lograrlo.
Seguimos caminando y la gente comía tierra, se colgaba cabeza abajo de los árboles y otros flotaban sobre ellos. Una mujer levantaba piedras con la voluntad mientras jugaba ajedrez con un niño sin brillo en los ojos. No pude detener mi curiosidad y le pregunté qué era aquel chiquillo.
-¿Él? No es nada, es una disfunción cerebral de tu recuerdo de Daniel Thomas, el único amigo que tuviste de pequeño y que fue real del todo.
Recuerdo el nombre y me estremezco, me doy cuenta de que todo es un sueño, que Borges es ficticio y lo sabe y me da escalofríos sentirlo tan real.
Llegamos hasta una casita pequeña, miserable (¿deberé agregar que apenas se sostenía o el lector lo adivina?) Borges nos hizo acercar a la ventana mientras nos anunciaba el invento más grande del mundo, el control mental de la masa y la vida. Cuando me asomé me dí cuenta que mi cuerpo estaba en la camilla y no desde la ventana observando, y cuando me dí cuenta estaba adentro del cuarto recostado mirando a los extraños, como turistas en un zoológico, como doctores ante un tumor. Borges pidió silencio mientras decía que yo había muerto de mala impresión, de un sueño que creí real y que terminó desbaratando mi sistema nervioso acabándome al mismo tiempo en el mundo onírico y el mundo físico. Quise protestar y no podía moverme, no podía hablar y no podía ver el espectáculo: Lucía siempre me dijo que la muerte era quedarse ciego y así era efectivamente, con la consecuente parálisis de los sentidos. Fue cuando sucedió. Mi mente dejó de pertenecerme y mi cuerpo también. Yo solamente era un testigo más del espectáculo de ver al Bibliotecario del jardín de senderos que se bifurcan, era su marioneta y hasta pensaba lo que él quería, hablaba lo que él deseaba y me movía como él ordenaba. Intenté luchar contra su mente pero ganó sin esfuerzo. Me obligó a pararme de manos y caí, me golpeé la cabeza y me levanté sin dolor alguno; luego levanté un cuchillo del suelo y procedí a cortarme la muñeca izquierda no en el sentido de ella, sino por el camino de las venas azules que llegan a mi mano. Yo no pensaba, era solamente el títere obediente, la mascota de la voluntad de un ser atemporal marcado por la filosofía del mundo...
Fue cuando desperté sudando. Hacía frío y yo seguía desnudo en mi cama, pensando por mí mismo, hablando por mí mismo. Miré a todos lados en esa oscuridad insondable, llamé al maestro Borges y nadie, ni siquiera mi subconsciente respondió; estaba solamente la noche, la oscuridad, el sonido del viento a través de las cortinas y mi respiración agitada.
Todo había sido un maldito sueño pero, ¿por qué tenía un golpe en la cabeza y un corte en la muñeca?

PD: Estó sucedió en mayo. No puedo negar mi fascinación por Borges, pero mi admiración llegó a su cumbre después de este incidente inexplicable... No quise hacer un recuento de este año, ha sido tan bueno que sé que el que viene será mejor. Te deseo lo mejor querido lector!!