sábado, 24 de julio de 2010

El hombre que lo sabía todo

Lo conocí cuando entré a la fábrica y nunca terminé de maravillarme: de verdad, Javier lo sabía todo.
Tenía a las justas treinta y pocos y sólo tres años de estudios profesionales, técnico en redes como yo. Sin embargo manejaba los PLC de la empresa como si sus hileras fueran, accionaba los PCU del Token de información y sabía usar la cantidad exacta del químico F113 para poder limpiar los Particle Size Indicator (PSI) Sabía todas las películas ganadoras al Oscar (todas) y en deportes no hubiera quien lo callara, sin contar su maestría a la hora de hablar de política y de cualquier tema aleatorio. Recuerdo por ejemplo cuando mencionó que el Papa no conoce tres cosas y nos intrigó a todos con su respuesta.
-El Papa no sabe cuantas monjitas hay en el mundo, que es lo que piensan de verdad los jesuitas y cuanta plata tienen los salesianos.
Su secreto: un Aleph.
Me lo reveló antes de morir. Me contó de aquel objeto fantástico apreciado por pocas personas que permitía observar la totalidad del universo en un único punto convergente: bastaba verlo directamente para poder ver cada rostro, cada libro, cada pintura, cada luminaria, cada escultura, cada asesinato, cada iglesia, cada violación, cada carta escondida bajo el rincón, cada punto distinguible del Aleph y ver repetido el Aleph en si y en si hasta la eternidad. Pensé inmediatamente en el espejo de Alejandro Magno, en la bola de cristal de Merlín o en el sótano de la calle Garay que Borges descubrió por accidente y terminó dejando que el tiempo lo destruya solamente por venganza. Me ilusione como niño al creer de repente en este artefacto místico y crei en Javier a ciegas sin cuestionarme siquiera acerca de su vida.
Aunque tampoco había mucho que preguntar. Había ascendido rápidamente desde el momento en que entró a trabajar en la planta con apenas haber estudiado un poco de informática. Se casó a los veinte y su esposa murió cuando daba a luz, desde entonces no dejó la planta ni para estudiar más ni para la boda de su hermana ni para la muerte de su padre. Olvidó al mundo y decidió aferrarse a lo único que lo lograba distraer: el trabajo duro.
Fue esa noche en que caminaba desprevenido y sentí un empujón fuerte. Al voltear en medio de una nube de polvo encontré a Javier aplastado por una pared de molino.
-Chibolo tonto, uno tiene que matarse para que tu vivas lo que no pude.
Me desesperé consiguiendo ayuda pero él aún tenía la sonrisa en los labios. Se iba a reunir pronto con Beatriz me contó y yo trataba de decirle que todo estaría bien, que viviría mucho más pero él rehuso dicha oportunidad.
-Favio, lo sé todo. ¿Para qué quiero vivir si ya no hay pregunta formulable?
Fue cuando me contó su secreto.Me fascine y perdí el tiempo pidiéndole explicaciones específicas que a las justas enunció una última despedida y un apretón de manos.
-Encuentra tu Aleph hijo, el mío sólo te revelará el cómo.
Toda la mina en su totalidad paró sus actividades por primera vez en cincuenta y dos años de producción continua. Vino hasta el ingeniero Mejia desde Mexico, vino todo Tacna, toda Quebrada Honda e incluso funcionarios públicos. Yo sabia que Javier era querido pero nunca imagine que él fue el creador del vaso de leche, de los asentamientos, de los comités populares y demás cosas. Toquepala lloró por su muerte tres días antes de recomenzar con nueve ingenieros nuevos: aun asi queda la duda de si ellos podrán reemplazar las miles de labores que realizaba semejante hombre.
Llegué a su casa de noche. Evadí las cintas se clausura y me colé por la ventana floja que él me reveló atrás de su cochera. Entré directo a su cuarto y miré hacia la ventana donde el sol caía por las mañanas; fue una gran sorpresa y a la vez una desilusión verlo allí tan simple y mundano un objeto capaz de inspirar toda la sabiduría del mundo. Entonces entendí el Aleph, entendí la razón de su vida y su sabiduría, de como decidió esforzarse más allá de los límites con una mente humana creada para no comprender, sino para sobrevivir. Sentí melancolía al entender su verdadero secreto y sentí pavor de nunca poder encontrar algo así para darle sentido a mi vida; fue entonces cuando decidí buscar el mío; ¿lo encontraré algún día?.
El aleph era el cuadro de su esposa.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo quiero un Aleph, quiero verlo todo, no quiero que se me esconda nada. También quiero olvidar al mundo pero que él me recuerde a mi. Y morir por alguien, morir por alguien que te importa más que nada y que ya esté muerto.

A mi me da miedo la noche querido Favio, me produce pavor quedarme sola tendida en mi cama con mis pensamientos. Se me van las sonrisas y las ganas de vivir, mi morir por las noches para renacer por las mañanas me está quemando. Gracias por leerme, enserio :)

Anthony Yupanqui dijo...

Wow... Favio. Sí la encontrarás!

María dijo...

¡Que ilusión leerte otra vez!
Es fascinante la naturaleza humana, que se construye a sí misma un universo en el que todo depende de una sola persona. Da un poco de miedo. Me recordaste un poco al detective de Carlos Salem, para él todo depende de Claudia.
Aunque Claudia ya no está.

bche dijo...

¡qué aventura la tuya! :) seguramente acabes por encontrar ese aleph.. :)

es leerte y encontrarte el alma :)
gracias por tus palabras! :)
un beso!!