miércoles, 13 de enero de 2010

La Verdad II Parte [Nostalgia]


Aprendí su nombre después de cortarme el pelo con él durante siete años, se llamaba José Carlos y tenía cuarenta y ocho años peleando contra la incertidumbre del mundo.
Su profesión ya la he mencionado, rebaja el crin de nosotros bestias insensibles que tratamos al pelo como cualquier cosa y que él venera por ser fuente de su sustento. Sin embargo, y a pesar del mito ese (soltero maduro, maricón seguro) no está casado ni nunca lo estuvo a pesar de su heterosexualidad. Una vez me contó de esta chica llamada Jenny, que era hermosa como el cielo de primavera, como un suspiro al atardecer. Rememoró tanto que mi usual corte de pelo de veinte minutos pasó a más de hora y media entre reflexiones, tijeretazos y canciones antigüiles de fondo.
La conoció cuando Nirvana rompía en todo el mundo menos aquí en Perú, hace tanto que él aún podía jugar fútbol y su madre aún vivía. Él estudiaba filosofía en ese entonces y ella arte en la facultad de al lado. Les tomó más de dos años conocerse a pesar de tomar siempre el mismo micro para ir a casa y de tener miradas incómodas cada nada.
[Si, de esas en las que uno mira a esa persona pero de repente ella voltea y te encuentra mirándola y tú volteas rápidamente disimulando y cuando volteas a verla ella también esconde la mirada...]
Desde el momento en que se hablaron descubrieron que el amor no es lo que mueve al mundo, es lo que hace que dicho movimiento valga la pena.
Se quisieron con desesperación, como si fuesen los últimos amantes del planeta. No solamente avanzaron rápidamente a terrenos íntimos del corazón que nunca habían revelado antes a nadie, sino que también consolidaron su relación carnalmente en un par de días. Se sentían hechos en la medida perfecta, cortados con la misma tijera, cocinados en el mismo horno. Él adivinaba sus gustos, tenía listo el té con una taza de agua fria y otra de caliente, las galletas sin dulzor y el pastel con que ella lo acompañaría. Arrancaba los hilos de las mangas y lo acompañaba a la facultad, mientras él asistía a sus conciertos de violín ensimismado, absorto tanto en la música como en la bella musa que manejaba aquel pedazo de madera con la misma delicadeza y pasión con la que trataba su corazón.
Pero como en toda historia, llega el nudo. José Carlos me preguntó si quería las patillas largas o cortas [odio las patillas demasiado cortas y demasiado largas, asi que le dije el término medio a la altura de la entrada del oido] y fue cuando suspiró y dijo que las mujeres se dejan querer y no les importa querer. Cada vez que recuerda como ella le dijo de su compañero de orquesta y él inocente pensando que ella sólo podía quererlo a él y a nadie más se da cuenta que fue un estúpido al no haber sospechado nada. No sospechó del aumento de horas de ensayo, de los viajes de conciertos, de las prácticas hasta altas horas y que ya casi no podía verla pero confiaba y por eso inocente, estúpido, mediocre cayó redondo.
Fue en ese momento que cortó el relato, sacó la navaja y empezó a rasurarme.
La vida es así amigo, dijo con calma, es una mierda que empeora mientras envejeces. Hoy en la mañana estuve con nostalgia recordando todo eso y comencé a caminar, a caminar por el que era nuestro distrito. Caminé tanto con la banda sonora de Amelie en el MP3 y la lluvia cubriendo mis pasos que pronto me dolieron los pies así que me senté en esas bancas de la plaza frente a la iglesia. El momento fue único, tal vez no duró nada pero lo recordaré siempre: una niña, siete o quizas ocho años me miró como se mira a un extraño, con reserva y con curiosidad, pero de pronto me dió una sonrisa de oreja a oreja que borro lo salado no sólo de la tarde, sino de toda esta maldita vida. La lluvia me mojaba completamente, el frío helaba mis manos y la soledad mezquina que me atrapó desde que ella se fue con él se desvanecieron en un sentimiento rarísimo, odd, casi como si la sangre corriese rápidamente por todo mi cuerpo llenando cada espacio arañado, cada recuerdo doloroso, cada día solo. Listo choche.
Me levanté y vi que a pesar de lo distraido que había estado había hecho un corte de pelo perfecto, como siempre. Pagué y caminé lentamente a casa. También llovía y pensé en lo afortunado de haber conocido a Daniela, en lo bueno de la vida y que la nostalgia solamente debe consumirnos durante un tiempo y no permitirle que nos destroce el resto de la vida.

Escuchando: Ironic - Alanis Morissette

3 comentarios:

María dijo...

Todo el mundo necesita a su Daniela para que le guíe lejos del camino de la nostalgia ;)
espero que te mantengas lejos de él por muuuchos años, porque me gusta lo que escribes bajo el influjo de esta musa :)

Jud dijo...

Conozco esas miradas.... me gusta que se quisieran con desesperación, tal vez si hubiera durado un poco más... tal vez si no hubieran cambiado el rumbo de las cosas.. tal vez, tal vez... ¿de qué vale ya?

La canción es, en cierta manera, como el relato.... la vida es solo una ironía que casi nadie sabe entender.

Un abrazo grande grande cargado de piruletas de colores y ositos de peluche ♥

Ella dijo...

cuando una amiga o amigo viene a llorar en mi hombro porque la nostalgia les consume los latidos, siempre les digo que hay que dejarla hacerlo porque esos sentimientos son necesarios a veces pero siempre con medida, pasar la vida reabriendo esas viejas heridas no arregla nada. la vida se enfrenta con una sonrisa. a mi siempre me pasa eso con los niños, una vez iba llorando en un autobus y un niño de unos seis años me dio una flor. nada mas me acuerdo y se me ilumina el dia :)

acepto acepto acepto! me habian robado el corazon tus escritos desde hace mucho (pero siempre siento que no tengo nada inteligente que decir y un 'me encanto!' no me es suficiente a veces)

saludos :D