miércoles, 10 de marzo de 2010

El Destructor

Llega la noche final y Gibar tiene miedo. Quien no. En todo la ciudad corre el rumor de que el último azote de la maldición foránea caería antes del noveno sol y nadie se atrevía a salir de casa; solamente estaban afuera los guardianes de la familia real, entre ellos Gibar.
Nadie pensó que todo esto terminaría así, empezó como un juego inocente de sacerdotes y cultos extraños para terminar en catástrofes que desarmarían al mundo: días de oscuridad, fuego y hielo del cielo, enfermedades y hambrunas. Todo esto era originado por la magia negra del líder de los amu, grupo terrorista antes servidores de Su Majestad y ahora traidores de la causa. Reclamaban su liberación además de la reparación de daños y perjuicios usando actos vandálicos tan negativos como destructivos: cosas como envenenar el río, exterminar los ganados y hacer saqueos continuos a las provisiones de los humildes ciudadanos eran unas cuantas acciones. Nuestro humilde gobernador Merneptah es una pobre víctima que pone mano recia ante los ataque de estos terroristas.
Merneptah es de la idea de protegerlos de las desgracias ajenas como son el desierto, la hambruna y la naturaleza en sí, pero el líder de los amu canta que si no reciben un pago adecuado y no consiguen derecho para establecerse en cualquier lugar del país, mil desgracias ocurrirán y miles de ciudadanos perderán sus vidas. Gibar ha sido testigo de esto: como guardia de Palacio vio llegar al jefe de los Nueve Pueblos del Arco con una túnica simple y un cayado mágico. Gibar mismo vio como dicho cayado dividía aguas, generaba sangre de la nada y se convertía en animales venenosos para amedrentar la voluntad del humilde Señor Merneptah, quien no cedió en ningún momento. Fue la amenaza final la que asustó a todo el mundo:
-A media noche, saldrá la Muerte a recorrer la ciudad, y habrá una gran mortandad, desde el hijo del Gobernador que se sienta en el trono, hasta el de la esclava, que mueve la piedra del molino, y todos los animales morirán. Y se escuchará un clamor tan grande en todo el país como nunca lo hubo jamás. Todos tus ministros vendrán a mí, se postrarán ante mí y me pedirán piedad. Deberán darnos entonces nuestra libertad y todas las joyas de la ciudad.
-Guerrillero loco, lárgate de Palacio, Gibar!!
Gibar lo guió hasta la puerta. El líder terrorista era valiente en verdad, hablarle así al más poderoso de todo un país y sin traer guardias ni nada.
-Hijo, convence a tu Amo y pídele por nuestra liberación.
-Me temo que no tengo poder sobre eso, señor.
-Entonces huye, hoy muchos morirán injustamente.
Gibar mira entonces la luna esconderse tras una nube y escucha una canción rara, casi nasal, que ponía los pelos de punta y silenciaba todo, ni los animales ni el viento dejaban oírse.

Yo gobierno el aire nocturno
soy el destructor
no te opongas soldado, no te opongas pastor,
a todos les llega su turno.

Pronto las luces empezaron a encenderse en las casas de la ciudad a medida que los gritos y alaridos se expandían rápidamente, el pánico consumía a la gente quienes acudían a Palacio para pedir clemencia, para buscar el último refugio contra la Muerte. Gibar mandó a sus guardias resistir hasta el último minuto el embate de la multitud que intentaba entrar cuando se dividieron y dejaron pasar al hombre de la túnica azul, escaso pelo y mirada triste, como sufriendo por su penosa tarea.
Gibar se dirigió ante él y le explicó su rol como jefe de seguridad, que no podía dejarlo pasar y que lamentaba ser un obstáculo para dicha divinidad. El hombre no se inmutó.
-No te preocupes hijo. Entiendo tu destino pero recuerda que el destino que Yavé le encomendó a este pueblo tiene que ser cumplido.
Gibar cayó al suelo por ser el primogénito en su familia. Queda la música en su memoria y la imagen de los pies de aquel hombre levitando un centímetro sobre el suelo, al tiempo que entra hacia la habitación del faraón.




Escuchando Metallica - Creeping death