lunes, 2 de junio de 2008

III Parte. Helena. 1.4

Poco a poco, Helena fue añadiendo a su rutina diaria los paseos por el bosque a orillas de un lago que reflejaba el estado del alma. Le encantaba estar al lado de aquel hombre que le contaba de su vida y sus aventuras. A él, claro, no le importaba que Helena dijera pocas cosas acerca de ella misma, ya que disfrutaba de su compañía mucho más de lo que ella imaginaba. Ambos fueron conociendo poco a poco las maravillas de la compañía: el Mago era solitario por el lugar en donde vivía y Helena era solitaria por naturaleza. Era una chica bastante peculiar. Bellísima como no se puede describir, pero también incorregible en muchos aspectos. A pesar de la envidiable serenidad y responsabilidad que manejaba muchas veces, los que mejor la conocían sabían que era una total niñita inmadura con muchos defectos. Era orgullosa, no soberbia, ya que le encantaba que la alabaran pero no le gustaba tener que presumirlo todo. Aunque no le gustase ser el centro de la atención, si le encantaba que la gente se diera por enterada de que ella era inteligente y buena chica. Le encantaba pintar, al igual que a su madre, la reina Beatriz, y era muy buena en su arte. Pocas veces no se le oyó quejarse de algo; era enfermiza, le dolía algo todo el tiempo y quería que todos la atendieran por eso. Tal vez le gustaba ser el centro de la atención, pero lo disimulaba de manera perfecta. A pesar de todo eso, era inteligente como pocos nobles del reino. Era capaz de memorizar casi todo lo que escuchaba, y podía realizar cualquier cálculo astronómico sin necesidad de coordenadas exactas y mapas referenciales. Su belleza física era frígida y rara de entender: su rostro fino de contornos delicados acababa en una lozanía de cuello indescriptible. Su piel era del color de la leña mojada, y sus labios eran rosados como sus dulces mejillas cuando se avergonzaba. Así como exhibía su inteligencia, también Helena exhibía su hermoso cuerpo, moldeado y perfeccionado por el trote suave y el ejercicio continuo, unos hombros algo anchos con unos brazos delgados desde cuya raíz nacían dos senos jóvenes que daban magnificencia a esa bella figura además de estar en correlación con unas espléndidas asentaderas en consonancia con su pelvis, sustentada a su vez por unas piernas esbeltas, aunque robustas, que daban el toque final a aquella bella pieza de escultura cuidadosamente creada. Era hábil para bailar y caminaba con la facilidad de un ciervo libre en el bosque. Cada vez que alguien se acercaba a ella quedaba fascinado por esa aura de inmensidad que parecía rodearla. En realidad si poseía aquella aura: era la conciencia de ser bella y disfrutar de ella misma.

Con tal descripción, parecería mentira que aquella dama inconcebible no hubiera tenido muchos pretendientes serios. Y los tuvo, en efecto. Muchos solo quisieron acercarse a ella por su belleza, otros por su posición, pero todos terminaron enamorándose de ella. Nadie se podía resistir a sus inalienables encantos. Los pretendientes fueron tantos que ella nunca podrá recordarlos a todos, pero si podrá esconderlo para siempre, ya que le gusta que nadie conozca su corazón. No le dirá a nadie cuantas veces le gustó alguien y calló, o cuantas veces alguien le juró amor eterno y ella lo rechazó, simplemente porque aún esperaba a su príncipe azul. Y llegó, como ella esperaba, o al menos eso pensaba. Conoció al príncipe Axel Agadir en un baile, cuando sus padres hicieron un encuentro importante para tratar acerca de negociar ciertas rutas de comercio con los países extranjeros del norte. Agadir era hijo del mismo frío, y por eso no le sorprendió que las manos de Helena siempre estuvieran heladas. Ella se justificó como solía hacer a menudo para ocultar las cosas que la avergonzaban.

-Es que soy friolenta, no es mi culpa.

-¿Y a mí que me importa si es tu culpa o no? De todas formas quisiera tomar tu mano.

Ella se la dio gustosa de estar con un príncipe tan atractivo. Lógicamente que sus encantos surtieron efecto otra vez y no pasó mucho para que el príncipe de las tierras heladas decidiera quedarse a vivir un tiempo en aquel reino tan amistoso. Todos los días él iba a visitarla, y a ella no le molestaba su compañía. A veces sí, pero sabía soportarlo, hasta que después de un buen tiempo logró acostumbrarse a él y él logró acostumbrarse a soportarla. Un buen día, él la llevó aparte y comenzó con una perorata muy romántica, pero demasiado predecible. Claro que Helena dijo que sí; nunca se tiene una oportunidad en la vida así dos veces. Es así como el príncipe Axel Agadir y la princesa Helena anunciaron a todo el mundo su feliz compromiso a realizarse en dos años.

Helena era feliz. Su novio era perfecto: maduro, guapo, tenía un gran reino bajo su mando, la gente lo quería, los padres de Helena lo querían, e incluso ella misma comenzó a quererlo más. No podía pedir más, ya que lo tenía todo: un feliz futuro por delante, unos padres que la querían mucho, talentos y virtudes, belleza envidiable y un hombre muy apuesto que la adoraba. ¿Qué más se necesita para ser feliz?

-Conocer al verdadero amor y luchar por él,- dijo el Mago cuando un extraño le sugirió la misma pregunta. Lennart, a pesar de toda su magia, nunca había encontrado el verdadero amor y no sabía realmente si este existía. Su existencia era triste: solo en el bosque, sin más compañía que la de la voz del viento y el alma de Deydra vagando por el lago. Podía salir de allí cuando él quisiera, pero no lo hacía por propia voluntad. Sabía que su destino llegaría a él cuando él estuviera listo para afrontarlo. Desde pequeño Lennart se sintió atraído por aquellas historias en donde valerosos príncipes peleaban por su amor y rescataban a sus princesas de las garras de alguna criatura maligna o de algún hechizo que le impidiesen vivir en paz. Notó que en cualquier país, en cualquier reino, la gente más feliz era la gente enamorada, aquella que tenía un resplandor diferente en sus ojos y el pensamiento en algún otro lugar, seguramente donde su ser amado estuviese. Antonio di Fellatio le pedía que no se dejase llevar por romanticismos, que al fin y al cabo era una cosa banal que solamente alejaba a tu mente de trabajar al cien por ciento en las cosas realmente importantes.

-Pero Maestro,- preguntó Lennart cuando di Fellatio aún estaba vivo,- ¿acaso el amor no es más poderoso que la magia?

Y fue la primera y única vez que vio dudar a su Maestro antes de responder algo.

-El amor no es siempre tan fuerte. Ha habido casos en que puede derrotar a la tiranía, a la magia e inclusive a la misma muerte. Pero no te confíes, el verdadero amor es más raro que Dios vestido de rabino en medio de ladrones y prostitutas.

Una noche Lennart soñó con un trozo de papel. En él estaba escrito algo en lo que el Mago no creía: los que nos hacen llorar no merecen nuestras lágrimas, y quien las merece no nos hará llorar. El papel se lo daba un niño, y luego le enseñaba un desierto en el que estaría solo para siempre. En el sueño, Lennart lograba algo que siempre había deseado: tomar de la mano a alguien. Era lo que más deseaba en todo el mundo, inclusive más que obtener el poder absoluto de Rosenrot. Luego de ver que estaría solo para siempre, el niño le indicó un camino hacia un lago. Al principio no lo reconoció por culpa de los árboles caídos y la vegetación quemada, pero luego lo hizo; era el lago Deydra. Allí se quedaría para siempre, sentado, esperando algo que nunca llegaría jamás.

Al día siguiente, Helena entró en su vida. Era una niña muy linda, con ojos grandes vivarachos y voz profunda como la del viento. El cabello le caía en forma de flequillo que le cubría el ojo izquierdo. Lennart lo tomó como una señal: ella era lo que tanto había esperado y no debía dejarla ir. La amó secretamente, ya que los años de exilio voluntario lo habían vuelto tímido frente a aquella mujer y cualquier otra mujer. Cada día que pasaba a su lado se daba cuenta de lo tonto que había sido al no intentar esforzarse más por conocer el amor, que es de verdad lo único que le da sentido a nuestra vida.

Hay muchas personas que dicen que el amor es el peor de todos los males. Bueno, para Lennart si lo fue: cada vez que Helena se iba de regreso a su hogar, él se ponía mal y ansioso por volver a verla, que era la única medicina contra su miedo a la soledad. El remedio para este tipo de mal es confesarlo y Lennart tenía grandes problemas para esto. Intentó decírselo varias veces pero no pudo, unas por la situación y otras por la cobardía. Decidió entonces regalarle algo que era importante para él: un cofre de piedra volcánica con un pedazo de estrella. El cofre lo había obtenido después de muchos esfuerzos por alcanzar la isla en donde reside el volcán Corpigus, que luego sería llamado por un explorador inglés como volcán Terror. Procedía de aquellas tierras gélidas del sur que aún eran desconocidas en los mapas de la época, y que sin embargo eran muy ricas en tesoros únicos como la nieve eterna y las rocas invisibles. Lo que venía adentro del cofre lo había recogido después de haber visto una noche una lluvia de estrellas gigantes. Esta había caído cerca de donde estaban él y su Maestro, que se acercaron inmediatamente para recoger ese poco de polvo estelar. Era el regalo perfecto para demostrarle cuanto la quería. Lo malo es que tuvo el cofre en el bolsillo de su túnica durante varios días sin valor para dárselo. Ella lo notó y le preguntó que era aquello, pero él siempre le decía “luego te lo muestro”.

Así pasaron un par de días hasta que llegó la ocasión. No me refiero a que llegara la ocasión perfecta, sino a que simplemente llegó el momento de decirlo porque Lennart ya no podía seguir guardándose un secreto tan grande como el mundo dentro del pecho. Estaban los dos sentados debajo de un árbol comiendo un par de manzanas rojas cuando Helena le volvió a preguntar por aquella cosa en su bolsillo. Lennart simplemente se lo enseñó y le contó como los había obtenido. Helena miró el cofre con el contenido extasiada por un momento y luego se lo devolvió. Lennart le pidió que ella se lo quedase, pero Helena no quería hacerlo. En realidad, no había razón para quedarse con eso. Lennart siguió insistiendo, pero Helena no quería quedarse con eso.

-Vamos,- trataba de argumentar Lennart,- tú bien sabes que me gustas mucho.

Silencio. Ahora había que esperar. La verdad, Lennart no esperaba anda de ella, sólo quería que Helena supiera lo que sentía por ella. Aunque ella le dijera que no podía sentir nada por él, tal vez sólo una amistad, sería lo mejor, ya que así se quitaría el peso de un amor imposible de su mente.

-¿Ah si? Pues tú también me gustas...

Bueno, ya estaba. Espera. ¿Qué dijo? No era posible. ¿O sí? Eso era lo último que hubiera esperado escuchar Lennart, aunque también era lo que secretamente esperaba. ¿En verdad le gustaba? ¡Si, claro que le gustaba! En ese momento Lennart se sentía el hombre más feliz de toda la Tierra. Sabía que búsqueda espiritual se resumía en amar y aprender a ser amado por alguien, así que soltó prontamente la tormenta de su corazón. Era tan fuerte que Helena misma sintió el fragor dentro de él. Le confesó que no tenía ni un momento libre en que no dejara de pensar en ella, que la vida era ella, aquí y allá, en sueños y en vida, en luces y en sombras, repetida en todo lugar y en todo momento. No tenía vida para nada más que esperar a su regreso cada día, porque ella era la razón para seguir en un mundo donde ya nadie quiere aprender del amor porque piensan que es un tema muy bien conocido y vapuleado.

-Bueno, ¿y ahora qué?

Era la pregunta exacta. A pesar de sus vastos conocimientos del mundo mágico y los misterios del mundo, Lennart nunca se había preguntado que debía hacerse después de declararle a alguien que lo amas más que a nada en el universo. No hubo problemas porque la misma Helena se encargó de tomar la situación en sus manos, dejando todo en un simple receso. De esa forma no le había negado nada a Lennart, pero tampoco le había afirmado algo.

Lennart se volvió loco por ella. Las noches las pasaba eternamente, casi como si las horas no existieran. Sus deberes los hacía casi como si no debiera hacerlos, como si las demás criaturas del bosque no dependieran de él. No caminaba, flotaba, hasta la hora feliz en que llegaba Helena a compartir el día con él.

Poco a poco Lennart empezó a ser mejor de lo que nunca había imaginado ser. Ayudaba a las criaturas del bosque y lo embellecía cada vez más solamente para que su adorada Helena encontrara algo lindo cada tarde. Todos estos cambios eran claro efecto del amor correspondido. Poco a poco logró dominar totalmente a todas las criaturas del lago, cosa que no lograba antes debido a la terquedad del kelpie que allí habitaba. Mejoró su control sobre su elemento y consiguió que las lluvias llegaran aquel año antes de tiempo, todo a pedido de Helena.

Los días pasaban felices para los dos. Todos los días se veían y caminaban en busca de algo para aprender. Helena era demasiado lógica y fría para el pensamiento de Lennart: todo para ella debía tener una explicación científica comprobable por los expertos de Palacio. Lennart pensaba que ella creía en milagros y magia pero que ella no se atrevía a admitirlo delante de él. Pocas veces lograron concentrarse correctamente juntos, pasaban el tiempo bromeando y conociendo más el bosque. Una vez, Helena no halló a Lennart donde siempre se encontraban cada mañana. Lo esperó pero él no llegaba, así que decidió aventurarse sola en el bosque y buscarlo. Conoció criaturas raras, unas con colores imposibles y otras con olores irrecordables. Casi a medio día lo halló: estaba curando a un unicornio herido. Lennart le explicó que él no deseaba dejarla sola a ella, pero debía atender a tan fastuosa criatura porque era su deber cuidar de los indefensos de aquel bosque a orillas de un lago que refleja la condición del alma. Helena entendió entonces cuanto había cambiado aquel hombre; había mejorado mucho desde que lo conoció.

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