sábado, 7 de junio de 2008

III Parte. Helena. 1.6

Lennart esperó todo el día a que apareciese su niña linda. Cuando llegó el medio día ya estaba inquieto, aunque supiera que cualquier cosa en Palacio la podía haber retrasado. Ya había pasado antes en tres ocasiones; la clara diferencia es que Helena siempre le había anticipado que no podría ir a verlo justamente por aquellos inconvenientes en su casa. Cuando arribó la fría tarde Lennart estaba asustado, ¿le habría sucedido algo en el camino?, ¿estaría enferma de gravedad? La duda lo carcomía por dentro y no dejaba en paz su mente. Después de todas las cosas que habían pasado entre los dos, solamente ahora, Lennart podía asegurar con total certeza y seguridad a no fallar si apostaba que Helena era su Otra Parte. Lo sabía por la forma en que ella lo miraba, la forma en que ambos se sentían incómodos incluso ya conociéndose a la perfección. El amor era la única excusa que ahora encontraba Lennart para seguir viviendo.
Pero si Lennart pensó que era el único que quería a Helena estaba equivocado. Axel Agadir sabía que ella era la única excusa para convertirse en el gran príncipe que todos respetarían durante un largo reinado. Desde que la había conocido sabía que no hacía falta ser el mejor guerrero de todo el reino, pero se esmeró en serlo. No era necesario ser el mejor arquero en todo el reino, pero aún así lo consiguió después de derrotar al mismísimo Vijei, el Cazador de la Muerte. Se aventuró a expandir su reino cuando éste era el más pequeño e inofensivo de los reinos árticos. Aunque muchas batallas fueron realmente insulsas, las ganó todas. Se empeñó en eso con tanto fervor que se convirtió en su gran amor: no podía estar en paz si no era capaz de demostrar su superioridad como gran estratega. Una vez derrotó a veinte mil soldados con solamente ocho mil hombres. Axel simplemente utilizó el elemento geográfico y aprovechó el hecho de que sus contrincantes no fueran capaces de resistir caer dentro de las gélidas aguas del Mar del Norte.
Su nombre se iba forjando leyenda poco a poco. Axel sabía que ahora sí era feliz: tenía un nombre que hacía temblar inclusive a gobernantes de reinos alejados; era inteligente, bien parecido y con la fuerza suficiente para retar a cualquiera a una buena pelea seguro de ganar; y tenía a Helena. ¿Quién no querría tener a una prometida tan hermosa como la que él tenía? A pesar de haber estado con muchas mujeres durante sus campañas, no era necesario de que Helena se enterara de eso, ya que solamente pensaba en tener una familia con tan hermosa mujer y ser feliz el resto de sus días con una vida cómoda y sencilla. Helena era demasiado atractiva para no negarse a estar con ella, y eso fue lo primero que le atrajo de la chica. Poco a poco fue descubriendo que ella era una niña aún que necesitaba protección y seguridad, y él se esforzó en parecer alguien maduro para cuidarla y alejarla del sufrimiento que era el primer temor de Helena, que terminó siendo de verdad el adecuado para defenderla como veremos más adelante.
Axel se enamoró así de Helena. El Príncipe Agadir solía contar que no experimentó ninguna emoción cuando conoció a la mujer con quien habría de decidir compartir todo hasta el día de la muerte. Recordaba el vestido celeste con bordes de encaje, los ojos febriles, el largo cabello suelto sobre los hombros, pero estaba tan obnubilado por la importancia de la negociación entre el Rey Gonzalo y el Consejo de las Nieves, que no se fijó en nada de lo mucho que ella tenía de adolescente seductora, sino en lo más superfluo de sus conversaciones. Le atrajo la idea obsesiva de Helena de que la luna no era nada sin el sol, que el sol necesitaba siempre a la luna, que el sol y la luna no son nada sin las estrellas, y que finalmente el sol, la luna y las estrellas no son nada más que simples pinturas mentales. Axel decidió conquistar a esa bella mujer, hija de un rey poderoso e influyente, famoso por haber sido uno de los pocos visitantes de Rosenrot, la legendaria montaña portadora del Quinto Elemento.
La veía a diario. Helena lo acompañaba porque era una forma nueva de pasar los ratos de ocio. Él era atractivo, no podía negarlo, pero no había sentido una llama de pasión o algo por el estilo cuando lo conoció, simplemente pensó que era uno de esos príncipes pedantes que sólo piensan en sí mismos y no les interesa nada más. Pero poco a poco lo fue conociendo mejor y se dio cuenta de que era alguien sensible y muy dulce. Helena se comportaba delante como una niña inmadura, y él era demasiado comprensivo con ella. Poco a poco Helena se fue convenciendo a sí misma de que éste era el hombre que tanto había esperado desde siempre, así que se obligó a quererlo. Generalmente, cuando él estaba lejos en alguna campaña militar Helena no lo extrañaba, y luego se sentía culpable de no poder quererlo como se debía. A veces se cuestionaba si de verdad lo amaba, pero luego dejaba de pensar en eso y se distraía con cualquier cosa que estuviera a la mano. No lo hacía por crueldad o insensibilidad, sino porque no le gustaba sufrir en vano y prefería evitar todo aquello que le pudiera causar dolor, inclusive cuando fuera a dañar a otras personas. Helena era así, y nadie lo cambiaría, ni siquiera Axel, ni Lennart, ni ambos juntos.

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