sábado, 7 de junio de 2008

III Parte. Helena. 1.7

Helena estaba cada vez más triste. Ese día cuando volvió a encontrarse con Axel se dio cuenta de lo que había estado haciendo durante todo este tiempo. Ella era una mujer comprometida, no podía jugar así como así con los sentimientos de alguien, aunque ahora no supiese con certeza con los sentimientos de quien estaba jugando, si con los de Lennart o con los de Axel. Sabía que quería mucho a Lennart, pero ya no estaba segura si era algo verdadero o sólo una ilusión. Axel le ofrecía un futuro seguro, confiable, le ofrecía cobijo y confianza, además de que él la quería mucho y ella lo sabía. Lennart era genial, pero no tenía algo para ofrecerle, tal vez sólo amor puro, pero no basta sólo con eso...

¡Alto! Ese tipo de pensamiento es de mis amigas, no el mío, se dijo a sí misma Helena, a la vez que daba otra vuelta en la cama. Pensó en pararse a cerrar la ventana porque realmente sentía frío a pesar de estar muy bien abrigada, pero no lo hizo. Quiso dormirse, pero por más que lo intentó, había algo que le revolvía la mente. Sabía que el amor era suficiente ahora, pero ¿sería suficiente después? Ella sabía perfectamente que Lennart la amaba muchísimo, con toda su alma como él aseguraba, pero también sabía que Axel era capaz de dar la misma cantidad de amor si ella le diera una oportunidad ahora que había regresado. Lennart nunca podría mantener un hogar estable simplemente con hechizos, no podría darle todas las comodidades a las que ella estaba acostumbrada a pesar de toda su magia, ya que sólo podía usarla en ciertas materias relativas a la naturaleza y en especial sobre el dominio del agua. Sin embargo, Axel podía darle todo eso y mucho más; era pues, un compromiso provechoso. Los padres de Helena aprobaban al Príncipe Agadir. Ambos sabían que era un buen muchacho para su pequeña hija, educado, de buena familia y sobretodo muy responsable y preocupado. ¿Qué más se podía pedir? Axel era evidentemente mejor que Lennart, pero ella sabía que estaba mal comparar así a dos personas. Sin embargo no pudo evitarlo y lo hizo. Con dolor lo pensó. Sabía que no quería dañar a Lennart, pero tampoco quería hacer sufrir innecesariamente a Axel que había sido tan bueno y comprensivo con ella. Los dos habían pasado ocho meses juntos y no quería cambiarlos de repente por un mes de felicidad con un hechicero de bosque. Cierto que Lennart no era tan atractivo, pero también tenía muchos defectos. Era demasiado sensible, cualquier cosa lo lastimaba de gravedad y se perdía en sus abismos de depresión. A ella no le gustaba para nada que él se pusiera así triste de nada evidente; le daba cólera como solía decir. A veces era realmente irritante con su comportamiento nada digno de un mago con tanta sabiduría como él. Solía ponerse a gritar sin razón y sólo paraba hasta que sus energías se acabaran. Helena extrañaba en esos momentos la seriedad y el buen porte de Axel, que sí sabía comportarse y no tenía sus ratos de inmaduro niño desprotegido. Pero Lennart la quería mucho y ella lo sabía muy bien, ahora con más seguridad que nunca desde aquel beso que ahora nunca debió suceder.

Aunque Helena ya había besado en anteriores ocasiones, ninguna fue tan especial como la de aquella tarde. Estaban los dos muy felices porque aquel día habían jugado con unas niñas del pueblo. Helena había sido muy hábil al jugar a la pesca-pesca y Lennart demostró su lentitud para aquel tipo de juegos. Las niñas fueron tan amigables con aquel par de extraños que hasta les rogaron asistieran al día siguiente para volver a jugar. Helena se reía como nunca y Lennart no recordaba lo feliz que se puede ser siendo niño: despreocupado y sin problemas, solamente con la radiante obligación de jugar todo lo que se pueda. La verdad, no se habían divertido tanto jugando así.

Ambos iban hacia el Paseo de las Rosas. Éste era un lugar especial sólo de los dos, ya que pocas personas conocían aquel lugar y era donde ambos iban a encontrar juntos sus almas. Allí habían pasado muchos momentos bellos, y el lugar no era menos: era como una escalinata de gradas grandes, con un acueducto que pasaba por el medio y con muchas rosas colgando por los costados. Según Lennart, éste era el lugar más bello de todo el bosque, y sólo lo había compartido con aquella persona especial a quien se lo reservaba. Los dos iban al Paseo de las Rosas para acabar ese día tan bonito bebiendo una botella de vino que Lennart había conseguido el día anterior después de ir caminando en busca de Helena hasta el lejano Palacio. Aunque Helena demorara en llegar hasta el bosque solamente cuarenta minutos cabalgando velozmente sobre Ashta, Lennart decidió hacer el camino a pie y llegar hasta la morada de su bella niña. Llegó después de cuatro horas de un infernal sol y haberse extraviado en el camino tantas veces que simplemente perdió la cuenta de cuantas veces había pasado por la misma posada para pedir instrucciones. Helena estaba en las afueras de Palacio junto a un par de cortesanas de su misma edad cuando vio a Lennart. Lo encontró sucio y desarrapado, pero lindo y enamorado. Ella despachó a sus amigas y acompañó a Lennart durante el poco tiempo que podía hacerlo, ya que también tenía deberes para con su padre. Antes de que Lennart volviera al bosque, Helena le alcanzó una botella del vino que ella añejaba en su habitación, porque era una gran amante de los vinos y porque Lennart era alguien muy especial que se merecía aquella botella. Bueno, ahora los dos iban a bebérsela juntos. Estaban los dos sentados muy juntos hablando y riendo. Todavía no se les quitaba el recuerdo del juego en aquel campo con las niñas. Helena estaba destapando la botella cuando Lennart la cortó.

-Tapa la botella.

Helena se sorprendió. ¿Por qué de repente y tan súbitamente ese tono?

-¿Por qué?

-Tapa la botella.

-Ya, está bien- respondió Helena más asustada que intrigada.

Fue entonces cuando Lennart dio su primer beso. Simplemente se acercó a los labios de ella y dejó que entendiera cuanto la amaba. Apenas si alcanzó a sentir el suspiro de sorpresa de una mujer bellísima en las tinieblas de su alma, abrigada en un vestido rojo eterno y con la respiración calmada, mientras ella le abrazaba fuertemente con una mano acariciando su espalda y una botella de vino en la otra y se entregó a sí misma despojándolo de la inocencia del primer beso. Al contrario de lo que él imaginó, incluso al contrario de lo que ella misma hubiera imaginado, no retiró los labios, ni los dejó inertes donde él los puso, sino que se confirió el permiso de dejarse llevar por algo que ya la tenía sin dormir desde hace mucho, acomodó su cabeza buscando la mejor forma de tenerlo y empezó a identificar con el tacto al hombre desorientado, a aquel pobre desamparado en busca de amor, conociendo su anatomía, la fuerza de su decisión, la forma de sus brazos haciéndolo suyo con una curiosidad minuciosa que terminó convenciendo a Lennart de que el Universo la había creado exacta a su medida. Indefensa a plena luz del día, a Helena no se le ocurrió otra cosa que colgarse de su cuello con botella en mano hasta que se gastaron en el beso todo el aire de respirar. Fue perfecto, único e irrepetible. Para colmo de bienes, la música llegó insondable y profunda, desde un lugar que nunca llegaron a definir muy bien, pero era perfecta y le daba el complemento exacto al momento. No había nada más que pedir: flores, soledad, música, y un sol hermoso que los contemplaba ruborizándose. Lennart se entregó de una manera tan conmovedora que Helena no dudó cuando habló.

-Mi Otra Parte.

Y ambos supieron que era cierto. No había nada más en el mundo, solamente ellos, su grande y verdadero amor y la dicha de haber encontrado a su Otra Parte. Claro que aún sabían que después de separarse aquella tarde volverían al mundo real, donde existen las dificultades económicas, el hambre, la aceptación de los demás, pero no importaba. Ahora sólo estaban ellos y nadie más; tal vez el músico que los acompañaba, tal vez el sol ruborizado, tal vez las bellas flores del Paseo, pero ¿y qué? Éste momento era sólo de los dos, y los demás debían aguantarse. Todo había sido perfecto, como si Dios lo hubiera guiado todo para que llegaran a ese minuto exacto de la vida donde se tiene la seguridad de que el mundo es algo mejor porque tienes alguien a tu lado que vea las cosas a tu manera. No se soltaron porque no había necesidad de hacerlo, los objetos a su alrededor flotaban y no había viento, cosa que Lennart lamentó porque si lo hubiera habido el viento habría podido proclamar por los cuatro rincones del mundo cuan grande era el amor que estaba en aquellos dos escogidos del destino. Helena lo dijo perfectamente ese día.

-Soy tan feliz.

Ojalá esas cosas fueran eternas.

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