ya es tarde...

Son las siete y ya tiene que ir al paradero, salió sin permiso como todo joven de su edad y ahora tiene que volver a la rutina del hogar. Ya vestido se sienta en la cama y ella busca su mano. La toma, la acaricia y la besa, como si no hubiese estado haciendo eso las últimas cuatro horas. Él se acerca a sus labios y ella lo besa como si de verdad se fuese a ir para siempre aunque saben ambos bien que mañana repetirán lo que vienen haciendo hace ya casi dos semanas. Ella juguetea, muerde su labio inferior como a él le encanta y el la vuelve a abrazar. Siente la piel reseca, sudada y tiene ganas de volver a jugar pero sabe que no puede. Ella quiere retenerlo, quiere decirle que sus padres llegarán tarde otra vez pero sabe que no puede. Se miran una vez más y el termina de abrocharse la camisa. Hace frío, llevate una casaca, dice ella. Igual no me entran tus chismes, dice él y ríe al mirarla mirándolo. Silencio. Se levanta de la cama y se dirige a la puerta y ella no hace nada por levantarse. Él ya sabe que ese es su chantaje invisible, su capricho, sus resquicios de niña aún. Se envuelve en la sábana mientras lo escucha bajando las gradas, mientras lo escucha cerrando la puerta, mientras lo oye latiendo en la fría calle y tal vez pensando en ella. Se enrosca en la cama como camarón y captura lo poco que queda de su olor y ya lo extraña, al tiempo que una pequeña lágrima sale descuidada como si de verdad se hubiese ido para no volver. Sabe que volverá, aunque sea porque ella lo necesita, porque él tiene que ahuyentar fantasmas del pasado a travéz del placer o porque se olvidó su celular sobre la cómoda. Se cubre con la sábana aún sabiendo que nadie la mira. O al menos nadie la mira como él lo hace. O al menos alguien piensa en ella, eso es tal vez lo más importante de este mundo ahora que ella se encuentra otra vez a merced de su soledad.



Tal vez está empezando a quererlo de verdad.