viernes, 30 de mayo de 2008

el viaje q dio comienzo a mi viaje y todos los q nacen en estas páginas..


Antonio procuró empezar de la forma más casual su semana. El lunes se despertó muy temprano para ir a comprar su boleto en el ómnibus interprovincial que lo llevaría a Lima. Encontró la oficina de la empresa un poco más llena que de costumbre, pero se tomó la molestia de cederle su lugar a dos señoras de avanzada edad, ya que no tenía nada importante que hacer hasta el final del día. Almorzó donde su tía Clotilde, que le cocinó su plato favorito: Lomo Saltado. Antonio repitió la ración y dijo que iba a extrañar muchísimo esa comida.

-Pero espero que no nos olvides a nosotros- contestó su tía.

“Eso es imposible” dijo Antonio, tratando de aparentar el vacío que sentía desde hace ya 2 semanas antes de su partida.

-En serio, no voy a olvidar cuanto los quiero- agregó, al ver que todos en la mesa, inclusive su primo Lucho, lo miraban de forma lejana, como si ya se hubiera ido.

A las 6 de la tarde subió al ómnibus que lo llevaría a Lima, donde pasaría sus últimos días con su familia más cercana, antes de irse a Toronto, después de varios años de tratar de obtener la visa tan ansiada para irse al país que le daría muchas oportunidades en la vida: Canadá. Pensó que debía sentirse feliz, por faltarle solamente un par de horas para llegar a la tierra de las oportunidades, pero no lo logró. Trató de ponerse triste porque dejaba su patria querida, la tierra que lo vio crecer, la que lo crió con sus mitos e injusticias, pero tampoco lo logró. En realidad no sentía nada, no pensaba nada, estaba como suspendido en el tiempo, absorto, como describiría Borges a alguien en presencia del Aleph, totalmente fuera de este mundo, hasta que llegó aquel imprevisto despertador a la realidad:

-Que bueno verte otra vez.

Antonio miró a la chica que se lo decía, y reconoció a la compañera del viaje anterior. Se conocieron de la misma manera en que se encontraban ahora: en un viaje a Lima, en los asientos 1 y 2 del ómnibus, en el turno de las 6pm porque a ambos no les gustaba viajar de día, ya que detestaban el calor infernal de los buses, y porque les gustaban los asientos en donde uno pudiera estirar los pies. Su nombre era Aladina, pero le concedió a Antonio el permiso de llamarla Gata, como hacían su familia y amigos. Él lo hacía gustoso porque le gustaba perderse en esos ojos verdes, tan verdes como las praderas que vio alguna vez en sus sueños con el campo.

-Supongo que vas otra vez donde tus padres, ¿no?

-Si, voy a visitar a los cochos un par de días, para luego regresar relajada a clases.

“¿Clases? Ah, clases.” Antonio recordó que ella le había mencionado que estudiaba medicina en la UNSA y que planeaba terminar su carrera para demostrar de lo que era capaz. Recordó entonces como se habían conocido: él se subió al ómnibus buscando su asiento, cuando a una chica muy delgada tratando de acomodar su maletín en la parte de abajo del asiento, a la vez que lo sujetaba con una correa al brazo derecho del asiento. Él la ayudó con la tarea, mientras que ella le explicaba que nunca había confiado en los buses interprovinciales, porque ya le habían quitado sus equipajes a sus hermanas en tres ocasiones. Él como no tenía otra cosa durante el viaje le prestó atención a su conversación, y ella terminó por confiarle su vida. Le contó todo: desde sus excelentes notas en el colegio Santa Fortunata, en Moquegua, hasta la vez en que se accidentó en una higuera de la chacra de su padre allá en Pescadores. “Es por eso que tomé este bus, porque pasa por Pescadores, y luego sigue directo por la Panamericana a Lima” dijo ella en esa ocasión. Le contó de su familia, y de la horrible repetición de nombres que había en ella. “Por eso me llamo Aladina Manuela, por culpa de mi padre y un tío”.

Él le habló poco de su vida, tal vez ni siquiera lo necesario para formarse una idea de su carácter. Le habló de que había crecido en Lima, pero no le dijo en que parte, porque no quería dar la impresión de ser un bravucón de la Victoria. Le habló de su pase por el Ejército como paracaidista, pero no le mencionó que había dejado dicha institución por culpa de una ex-novia. Le habló de poco, pero le contó algo que era muy importante para él: le contó todo su empeño en lograr el visado para ir a Canadá.

-Que suerte que tienes. Espero que me envíes alguna postal de allá, aunque no tengas ni siquiera a donde enviármela- dijo ella al final de la conversación. Ella siguió pensando durante la semana que no fue un comentario indicado para el caso, pero no se arrepintió de haberlo dicho. “Total,- pensaba para sí misma- nunca más lo volveré a ver. ¿Para qué me preocupo?”

En un determinado momento del viaje, ella le señaló un par de hectáreas que precedían al mar. “Esas son las chacras de mi papá. Ya me debo bajar” Él no acusó bien el golpe, y no reaccionó a tiempo. Ella se bajó y él pensó que había sido una bonita tarde, nada más que eso.

Ahora, cuando la volvía a ver, se daba cuenta de lo mucho que había pensado en ella sin darse cuenta. No se la había quitado de la cabeza, a pesar de que él se había convencido de que no se la volvería a encontrar jamás. Notó cuanto le gustaba mirar a esos dos ojos verdes, tan atrayentes que parecían hipnotizar de sólo verlos.

Ella pensaba lo mismo. Aunque él no era todo un adonis, tenía un “no se qué” que lo hacía irresistible. Lo primero que la había impresionado era esa fuerza de voluntad que se nota en la gente que lucha por alcanzar sus sueños. Luego se dio cuenta de que simpatizaba con sus ideas de rebeldía, aunque fueran un poco raras, le gustaban. Se vio de repente queriendo que él se la llevara lejos, tal vez junto a él a Canadá, aquella tierra de la que tanto había leído, donde decían que había muchos tótem y jarabe de arce.

-Ojalá nos hubiéramos conocido antes- dijo.

Fue entonces cuando Antonio entendió que hay cosas que no podemos evitar: son nuestro destino. Estamos condenados a cumplirlo, ya que este fue trazado por la Mano que escribió todo, y Ella, en su gran sabiduría, decidió lo mejor para cada uno de nosotros.

-Ya me tengo que bajar- dijo ella.- Cuídate mucho, fue un gusto estar contigo.

Él le ayudó a sacar su equipaje, y se despidieron con un abrazo. Ella se fue sin agregar nada más, y él se quedó parado en mitad del corredor del bus. En ese momento entendió lo que quería de su vida: quería estar junto a aquella chica delgada de ojos verdes, quería tener junto a ella dos hijos, una parejita, que no tuvieran ningún nombre que ya se hubiera repetido en sus familias. Iban a ser felices y los criarían en un hogar donde no importara que no haya muebles, ni juguetes importados, sino amor.

-¡Gata! ¡Espérame!

Ella volteó. Antonio había bajado rápidamente del bus, y terminó cayéndose al suelo de arena.

-¿Por qué has hecho eso? Ahora tendrás que esperar al próximo bus y pagar otra vez el pasaje.

-Pensé que tú querías que lo hiciera.

Era verdad, ella quería, pero se sorprendió con la respuesta. En realidad, no sabía mucho de ese chico, pero de todas formas ya no podía estar sin él.

-Bueno- dijo Antonio, sacudiéndose el polvo de encima- vamos a tu chacra. Espero que tenga un cuarto de invitados grande, porque tengo un poco de claustrofobia.

-No sabia eso. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

-Porque eso no es lo que importa. Lo que importa es qué voy a hacer después de esto.

-¿Estas seguro de querer dejar tu vida en Canadá?

-Hay cosas por las que vale la pena luchar. Tú eres una de ellas.

Suficiente. Ella se tomó de su mano y lo guió a la chacra de sus padres, donde empezarían a vivir todo lo que no habían vivido juntos.

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