viernes, 23 de mayo de 2008

II Parte. Nieve. 1.7

Muy pronto, Lennart consiguió un brillo especial a su alrededor, el canto original de los Ainur parecía haber regresado a este mundo en la magia del hechicero azul. Cada día que pasaba fuera de su bosque, Lennart aprendía cosas más y más poderosas de las que jamás había ambicionado. Muy pronto creyó olvidar por completo el dolor que sentía por culpa de Helena y las tardes junto a ella a orillas de Deydra, o al menos se engañaba a sí mismo al obligarse a desarrollar su poder gracias a los dones oscuros. Comenzó por el dominio total de los mantras del Atharva-Veda, que se decía tenían todo el poder de la magia negra y actuaban sobre un amigo o un enemigo. Indagó más y más en el poder del mundo divino hasta lograr contactar con los últimos dioses de Occidente. Ellos se admiraron de sentir la presencia de un mortal entre ellos, pero no por eso su bienvenida fue cálida. Lo atacaron con terribles maldiciones que él logró eliminar solamente después de haberse bañado en sangre de dragón. Pero gracias a ese ataque de los Inmortales es que él conoció el brillo de la esencia de la luz de la creación del mundo. Poco a poco consiguió juntar más hechizos que los que conocía su Maestro Antonio di Fellatio, e inclusive, llegó a visitar el infierno para poder conversar con él. Las puertas del Tártaro le fueron vedadas en un comienzo, pero después de un breve altercado con Thanatos es que logró su entrada al Jardín de los Muertos.

-Te consume la ambición y el odio, Lennart- dijo su Maestro en cuanto lo vio llegar sosteniendo una clepsidra que indicaba su tiempo de permanencia en aquel lugar.- Prefiero estar sólo y tener miedo a dejarme consumir por el rechazo al amor.

Lennart se enfureció por aquel comentario tan cierto, pero no podía enojarse con su Maestro, muerto hacía ya muchísimos años atrás.

-Se equivoca, Maestro,- contestó Lennart, consciente de que esta era la primera vez que contradecía a su mentor.- se equivoca. No hay nada malo en querer ser mejor cada día.

-Lo malo está en como estás canalizando tu dolor, Lennart. El hecho de que intentes negar tu amor consiguiendo poder no te hará mejor ni peor que nadie.

Era irritante. No había descendido hasta el hogar de los muertos solamente para recibir reproches de un viejo que ya no pertenecía al mundo real.

-Sí, lo sé. Pero la magia no hace más poderosos al hechicero, sino la sabiduría y la experiencia.

Realmente irritante. Por poco casi olvida que su Maestro era capaz de leer la mente. Las mentiras eran inútiles frente al legendario Antonio di Fellatio. Tal vez algún día él también podría leer la mente de los demás.

-No, ese no es tu poder ni está dentro de tu destino. Sólo quiero pedirte algo antes de que te marches: discierne cuidadosamente y mira donde está tu error. Tendrás muchísimo sufrimiento si no te liberas de tu fiero destino. La única cárcel que te ata a tu frío destino está dentro de ti, y se llama Soledad.

Lennart ahora si que estaba furioso. ¿Es que éste anciano no podía ver que ahora estaba frente a una de las personas más poderosas del mundo de los vivos?

-Sí, pero nada de eso vale si no has encontrado el amor verdadero.

-¡Cállate! Esas son patrañas románticas. El amor sólo trae sufrimiento y no sirve para ganar más poder. Si fuera algo bueno, la gente no sufriría por su culpa, ni...

-Ni sus días serían tan bellos que un solo beso valdría la vida entera.

Silencio.

A veces no se sabe como contradecir algo porque sabes que es verdad, y sin embargo esa verdad te hiere.

-Acuérdate que yo también amé, Lennart, y fue solamente en aquellos fugaces minutos cuando sentía de que todo tenía un mismo significado.

-Tonterías. Tú eras muy poderoso, y el amor te consumió: te mató.

-Te equivocas. El amor nunca me consumió; mejor dicho, yo me entregué a él. Así me liberé de toda carga y conseguí el poder absoluto. Sólo el amor nos da un poder inimaginable, Lennart. Recuerda que nuestro Gobernante Supremo es puro amor: de allí su poder.

-Y si eras tan poderoso, ¿por qué moriste?

-Morir es parte de la vida. Si empiezas a ver la muerte como un impedimento, tu vida será inútil porque cada minuto tuyo comenzará a ser vivido con miedo, y el miedo te llevará a lo peor de ti mismo.

-El miedo nunca llevaría a lo peor de uno mismo; más bien, el miedo podría...

-Podría llevarnos hacia la desesperación. Cuando uno está desesperado tiende a reaccionar de las peores formas porque trae a la ira, y esta lleva hacia lo peor que hay dentro de nosotros.

Tenía razón, aunque era doloroso admitirlo. Lennart estaba cada vez más herido en su orgullo por causa de las sabias palabras de su mentor.

-Maestro...

-Lennart, no te voy a mentir. El amor trae mucho sufrimiento; es verdad. Pero si uno no arriesga, nunca logrará ganar algo en la vida. Nunca te hablé acerca de lo que sentía por Anne, ¿no es cierto?

Lennart negó con la cabeza. Cuando su Maestro aun respiraba, solía perder días enteros en profunda meditación y nunca perdía la calma del semblante, inclusive cuando ellos se hallaban en graves problemas, como cuando su barco fue arrastrado hacia un maelstrón allá en las costas de Noruega, o como cuando aquel demonio de fuego, un Balrog, los atacó por la espalda y arrojó a Lennart tan lejos que éste perdió el conocimiento. Era su distinción: esa y el brillo en sus ojos, producto de una ambiciosa negociación con el Demonio que dio como resultado un poder extralimitado más allá de la naturaleza de los magos. Pero todo cambio de la noche a la mañana cuando ella se cruzó en el camino de ambos: Anne era su nombre, y provenía de la bellísima “Manzana Escarlata”, la capital del Imperio latino de Constantinopla.

Antonio lo recordaba como si solamente hubiera vivido aquellos días en la Tierra, y no los 42 años que vivió enteramente dedicado a la obtención de poder, como ahora lo estaba haciendo su amado discípulo. Ambos llegaron hasta la Puerta del Circo cuando ya estaba muy entrada la noche. Solamente había una mujer proclamando que podía revelarle a quien quisiera el fin de su vida y cuáles serían las circunstancias de la misma. Nadie le hacía caso, y Lennart iba a continuar directo hacia la ciudad, cuando se vio obligado a voltear porque su Maestro ya no estaba a su lado, sino al lado de la mujer. No tendría un rostro bello, ni un esbelto cuerpo, pero tenía un aura de omnisciencia ineludible que la hacía única en todo el mundo. Algunos la llamaban Savitri, “quien ha descendido del sol”. Otros nunca osaban llamarla, porque su sola mención provocaba temor e infundía miedo inclusive en los corazones de los guerreros más valerosos. Nadie supo nunca de donde venía, ni adonde iba simplemente vagando de un extremo a otro, desde el resplandeciente Imperio de Sin hasta los desiertos más occidentales, más allá del río Egipto. Ni siquiera el mismísimo Antonio di Fellatio sabría más de ella ni aunque utilizase su poder de leer la mente de los demás.

-¿Crees que con ese tonto don podrás descubrir algo más de mí?- le dijo ella una vez que él intentó leerle la mente, razón por la cual nunca más volvió a intentarlo.

Muchísimas cosas más se decían de Anne Halligan. Se decía que no tenía edad ni lugar de nacimiento, sino que simplemente apareció un día en el mundo y listo. Las primeras menciones a su nombre provenían desde la lejana Cumas, en la región italiana de Campania. Se decía que fue la primera y última discípula de Deífoba, la sibila. Se habló mucho del poder de ambas y de la inspiración que habían recibido del mismísimo Apolo, pero lo que más impactaba de ellas era su corazón obnubilado de sentimientos. Eran frías e indiferentes a las emociones de los demás. Ninguna tenía ni un poco de tacto para comunicar noticias malas, y la gente las empezó a repudiar por aquella actitud. Sin embargo, Anne desapareció durante mucho tiempo del mapa después de la visita del Dios Délico a su Maestra.

El Dios de la Profecía y la Belleza era alguien muy misericordioso con sus favoritos. Se cuenta que Apolo aquel día le prometió a Deífoba cumplirle cualquiera de sus deseos. Deífoba no le temía a nada más que la muerte, fue esa la razón por la cual pidió vivir tantos años como el buen puñado de granos de arena que ahora sostenía en lo alto de su cabeza.

Délico Pitio no se lo negó, pero tampoco le dio alguna otra gracia. El problema de vivir eternamente es que tu cuerpo no será el mismo por siempre; a menos, claro, que hayas deseado la juventud eterna. Ese fue el irreparable error de Deífoba, y por culpa de su ambición de vida se consumió tanto que tuvieron que encerrarla en una jaula que colgaron en el Templo de Apolo en Cumas. Nunca perdió su don de la profecía: más bien se agudizaba con el tiempo, como una pintura que se vuelve más nítida con el pasar de los años. Se dice que un día se apareció bajo la forma de una anciana ante Lucio Tarquino el Soberbio y le ofreció nueve libros proféticos a un altísimo precio. Al negarse el séptimo y último rey de Roma a comprarlos, ella destruyó tres de los libros y le ofreció los seis restantes al mismo precio. Lucio Tarquino pensó que era una locura ofrecer seis libros al precio por el cual hubiera podido obtener nueve, así que se negó nuevamente. Cuando el rey volvió a negar la compra, separó tres libros y los destruyó. Finalmente, el rey acabó comprando los últimos tres libros al precio por el cual hubiera podido obtener nueve. Los Libros Sibilinos fueron guardados en el Templo de Júpiter en Roma y fueron consultados muchas veces durante los primeros años de su posesión en el Imperio. Sin embargo, todos entendieron que el conocimiento del futuro era muy peligroso y se dio la orden de que los libros fueran consultados únicamente en casos de especial gravedad.

Anne erró durante mucho tiempo sin rumbo alguno. Un día podía estar en Berito, y al día siguiente en las costas galas. Vestía muchas veces una túnica azul profundo que sólo se podía comparar con el mar, y su cabello tenía un aroma especialmente raro, sui generis. Se levantaba en madrugada y dibujaba en un cristal una cárcel para luego intentar atrapar al sol. Conversaba con el viento y su único temor era que el tiempo concedido para su alma en la Tierra se le agotara. A veces, bromeaba comentando que era un hada que venía del profundo mundo de Morfeo, el dueño de las formas y los sueños. Otras, solía insinuar su relación directa con Gaia, y hablaba sobre su misión de preparar el camino para que la Gran Madre sea nuevamente aceptada en este mundo de injusticias y sufrimiento. A Antonio di Fellatio no le importaba nada de esto: sólo le parecía importante perder el tiempo junto a ella charlando.

Al día siguiente de su entrada a la Manzana Escarlata, Lennart tuvo que esperar mucho tiempo a que su Maestro dejara de distraerse con aquella mujer. Los dos no habían desistido de hablar desde el primer momento en que se vieron, y, de verdad, era algo insólito. Antonio di Fellatio tenía la costumbre de solamente hablar con aquellas personas con las que valiera la pena mantener una buena charla: reyes, seres mitológicos, dioses, y otros hechiceros; pero nunca se detenía a hablar con la primera mujer que hallara delante de las puertas de una ciudad, y menos cuando tenía que cumplir con la misión que lo había llevado hasta Constantinopla: la visita a Santa Sofía, donde contactaría con alguien realmente poderoso, y al mismo tiempo, el único con el que podía comparar sus poderes. Lennart se impacientó porque su Maestro nunca faltaría a una cita así, y menos por culpa de una mujer que tal vez al día siguiente desapareciera de su vida para siempre.

Antonio di Fellatio no había olvidado el encuentro, pero tampoco podía explicarle a su alumno que aquella era la mujer de su vida, por la que durante tantos años había rogado se cruzara en su camino y de repente, ahora estaba frente a él. No era como él esperaba, pero tampoco pensó que podría ser mejor. Ella mostraba poco interés, pero no dejaba de hablar. Podrían haber estado allí una eternidad, pero ella quebró el hechizo.

-Te esperan. Vete.

Antonio no se despidió. Simplemente se dio la vuelta y se encaminó hacía Santa Sofía. Quería encontrarse rápidamente allí con el que había pactado encontrarse cada cinco años para poder luego volver a buscar a aquella mujer, con la belleza de un Príncipe Negro, porque era única y rara entre todas las mujeres que existían en el vasto mundo que Antonio había recorrido. Lennart tuvo que hacer un gran esfuerzo para no perder de vista a su mentor mientras caminaba rápidamente entre la multitud de la ciudad. Solamente llegaba a ver una mancha verde que se movía en medio de la gente como si esta no existiera; lo hacía con tanta gracia que parecía no haber nadie más que él en las calles. Finalmente arribó hasta la imponente catedral donde estaban esperando dos hombres parados en medio de la multitud: uno con cabellos grises y ojos oscuros impenetrables como su alma vestido de rojo fuego, y el otro con veraces ojos celestes que se confunden con el gris, vestido totalmente de blanco . José Delaura se adelantó a saludarlo.

-Llegas tarde, Antonio,- comentó el hombre con acento ibérico.- no deberías hacerte esperar cuando la cita es cada cinco años.

-Es verdad José, tienes razón,- contestó di Fellatio.- pero yo tengo el honor de tener a mi favor una disculpa más que increíble.

-¿Cuál es?

-Acabo de encontrar al amor de mi vida.

Todos guardaron silencio. Lennart había llegado a tiempo para escuchar estas últimas palabras de su Maestro, y pensó que estaba mintiendo al razonar de esa manera tan precipitada. El muchacho de blanco no reveló ningún gesto que permitiera conocer qué es lo que pensaba, y José Delaura se sonrió. Él era el único que le creía y sabía que di Fellatio no podía equivocarse en ese aspecto; además, lo delataba claramente el brillo diferente en sus ojos, que no era dorado como solía ser o rojo como cuando estaba furioso.

-Me alegro por ti, Antonio, me alegro de verdad.

-No seas ingenuo, Delaura. Me enamoré de Anne.

Nadie más entendió el porqué de esa respuesta, ni siquiera José Delaura que demoró un poco en asimilar el golpe.

-¿Anne?, no te refieres a Savitri, ¿cierto?

Un brillo apareció en los ojos de Antonio.

-Como no hay dos como ella en el mundo.

Lo demás quedó en el misterio para Lennart. Los dos se citaron en el Cuerno de Oro a la hora en que la luna está en su asiento celestial. Luego llevó a Lennart hasta los muros de la ciudad y le explicó algo que nunca dejaría de lado.

-José Delaura está enamorado de Anne.

Hasta este momento, cuando los dos estaban pacíficamente conversando en el Infierno, nunca antes le había dejado ver la magnitud de aquel drama. José Delaura había conocido a Savitri en Belfast. Allí mismo él había descubierto que ella era su Otra Parte, porque esas cosas son innegables a ojos de quien conoce los Poderes del mundo. Ella fue quien lo encaminó en su gran odisea por todo el mundo al colocar bajo su tutela un niño que sería su mejor discípulo. José Delaura nunca supo porque había aceptado, pero tampoco lo cuestionó. Al contarle a su compañero de magia de aquellos tiempos lo sucedido en el encuentro con aquella mujer, Antonio carcajeó.

-No puedo creer que hayas caído tan fácilmente ante una mujer.

Pero no era una mujer cualquiera. Fue la única capaz de hacerle comprender de que el amor era lo único que satisfacía al alma de cualquier ser de este planeta. Pero tenía plena conciencia de que el amor lo haría esperar, porque era parte de su destino, y también era parte de su destino el entrenar a aquel niño sin nombre. Delaura estaba decidido a alcanzar la sabiduría a través de la libertad de entregarse totalmente a una mujer que tal vez ni lo quería.

-¿No es ilógico lo que acabas de decir?- inquirió di Fellatio.

-Sí, lo es,- contestó Delaura, inspirado por las revelaciones tan prontas del verdadero amor.- pero el amor no busca conveniencia. Cuando yo entrego mi amor, no es para que ella me corresponda con la misma cantidad de amor, porque yo le doy mi amor sin condición alguna.

-Suenas más sabio.

-No, son solo cosas que ya sabía pero que me estaban vedadas. Repentinamente es como si una cortina hubiera caído de mis ojos.

Ambos hicieron un trato. Antonio buscaría por todos los rincones del mundo a aquel que fuera merecedor de ser el único receptor de todos sus conocimientos acerca del mundo real y del invisible. Después de eso, se reunirían cada cinco años en alguna ciudad del mundo, ya coordinada en el encuentro previo a cada nueva ocasión. Los dos partieron, sabiendo que buscarían la forma de demostrar que el otro estaba equivocado en cuanto a su opinión de la magia.

Así pasaron los años para José Delaura. Llegó hasta los confines del mundo junto a su discípulo y aprendió cosas que jamás hubiera aprendido si no hubiera sido movido por aquel viaje. Los conocedores de la visión del Tercer Ojo lo honraron por sus conocimientos. Le permitieron el pase libre en la inhóspita región del valle de los dragones cercano a Myanmar. Poco a poco, su fama se fue extendiendo por cada rincón en el que hubiera buscado un poco de sabiduría; aunque no se extendía tan rápido como la de Antonio di Fellatio. Se decía que éste último había llegado a presentarse frente al gobernador de Nóvgorod, y había recibido la bienvenida cálida de los habitantes de los hielos lejanos. Él fue casi venerado como a un dios a causa de su poder y dominio sobre el fuego, el elemento más preciado para aquellos que ven la luz pocos meses al año. También había conseguido un discípulo y estaba dispuesto a convertirse en alguien mucho más poderoso que su compañero y rival, José Delaura. Tal vez no sea un motivo contundente, pero si era una buena excusa para ser alguien mejor.

La excusa de José Delaura era el repentino flechazo de amor que recibió durante aquella tarde en la tienda de libros de Bora, el hebreo . Pocas personas frecuentaban ese sitio, cosa que agradaba a José que podía disfrutar de una buena charla con los clientes exclusivos que acudían por un poco de sabiduría astral y conocimientos del mundo intangible para poder seguir viviendo. Como de costumbre, el local estaba casi vacío; solamente había una anciana al fondo de las estanterías revisando un libro con las hojas en blanco y Bora escribiendo notas sobre el aparador. Se decía que había sido un gran alquimista, hasta que perdió la malicia del mundo de tanto observar el atanor donde buscaba la Piedra Filosofal. Sus notas fueron leídas después de su muerte, y en ellas se encontraron miles de fórmulas químicas capaces de realizar los milagros más increíbles, desde impedir la llegada de la Muerte hasta un elixir capaz de transmutar cualquier sustancia en etanol o en cualquier sustancia previamente disuelta en dicho líquido. Nunca conversaba con sus clientes, ni ellos con él; nadie deseaba interrumpir el laborioso garrapatear del vendedor.

No había nada interesante, solamente un volumen raro acerca de los conjuros para invocar a la Luna, escrito por algún gitano que aseguraba ser el responsable de muchas desgracias actuales. Estaba a punto de salir de la tienda cuando ella entró: vestida de negro inclemente, como si estuviera velando a todos los muertos de alguna matanza. Tenía unos rasgos afilados, y los ojos infinitos como el cielo, con una mirada que intimidaba a todo aquel que osara verla directamente. Era lánguida, con el pelo largo negro a media espalda. No tenía unos labios sensuales, pero si unos hoyuelos que dejaron fascinados a todos aquellos que la conocieron personalmente. Ella se detuvo a observar si había algún parroquiano, y no se sorprendió al observar a aquel hombre de vestiduras rojizas frente a ella, atónito, como si estuviera viendo a la última mujer del mundo.

-¿Qué sucede? ¿Acaso tengo un par de trasgos a mi lado?- ironizó la mujer.

-No, nada de eso,- dijo el desvalido José.- solamente que encontré lo que me faltaba.

Ella lo entendió perfectamente, pero no se dejó seducir por la audacia.

-¿Qué encontraste? Espero que no sea un viejo libro de algún gitano hablador.

Se volvió loco por ella. Ambos salieron a caminar y anduvieron toda la tarde buscando algo más que simples temas banales de magia. Era un encuentro donde ambos sabían que se atraían mutuamente, pero ninguno de los dos quería dejarlo evidente. Caminaron hasta las afueras de la ciudad, donde ella se despidió.

-No te vayas, por favor.- suplicó con toda su alma. Ahora que había probado el manjar del amor a primera vista, no quería dejarlo ir tan fácilmente. Nunca había estado preparado para aquel momento, y lamentaba haber desperdiciado tantos años en aprender como dominar el viento en lugar de haberlos aprovechado en la búsqueda de la mujer de su vida, ahora en frente de él.

-Sabes que tienes que dejarme ir. Si arrancas una flor para poseerla siempre, se marchitará. En cambio, si la dejas en su lugar, ella renacerá cada primavera.

Era cierto, pero dolía. Sin embargo, antes de que José llegara a entender que es lo que estaba sucediendo, ella lo abrazó y lo besó con violencia, con pasión, con una impaciencia casi cercana al pánico. Luego lo apartó.

-Los dos sabemos que vamos a estar juntos esta noche. Simplemente no lo precipites antes de llegar a la cabaña.

José estaba cada vez más desconcertado. Se limitó a caminar a su lado, a la vez que le hablaba de la belleza repentina del mundo ahora que ella estaba a su lado.

-Vamos, no necesitas halagarme. De todas formas, fui hecha para ti.

Nunca olvidaría aquella noche. Se sintió pronto con ansias de volverse viento junto a ella y poder volar eternamente por todo el mundo, sin dejar que algo más se interponga. Se quería volver invisible y poder perseguirla para siempre, seguirla por las ciudades, los caminos, hasta que llegaran a su casa, sentarse a su lado, protegerla de noche, verla dormida y quedarse con los suspiros que se le escapaban cada vez que respiraba, cada vez que pensaba en vivir una vida con él y seguir juntos hasta que algo más fuerte que la Muerte los separara. La cabaña era infinita y a la vez el límite de su nuevo mundo. Era rústica y nueva como el amor de ellos, de amantes de toda la vida y de animales que se desesperan por acabar pronto el negocio; los dos eran más que dos cuerpos juntos, mucho más.

Y por supuesto, para demostrar lo cruel del destino, llegó ese “aquello” que los separaría: era el momento de partir. Antes de irse, ella le pidió que cuidara de aquel niño y le enseñase todo lo que sabía para así tener un heredero de toda su sabiduría y no desperdiciar todos sus conocimientos.

-¿Qué bebé?- preguntó él.

-Aquel bebé.- contestó ella, señalando hacia fuera de la cabaña.

Allá, entre los cercos de los árboles estaba una criatura abandonada. Anne se fue para no volver después de mucho, y José tomó al niño de la mano y éste la tomó sin protestar. No preguntó nada más; simplemente deseó que su amor le llegara a ella cada vez que se convirtiera en viento. La siguiente vez que la volvió a ver fue aquella fatídica mañana en Constantinopla. El niño se convirtió en su aprendiz y nunca tuvo nombre porque no podía recordar nada de su existencia antes de que José lo encontrara y mucho menos podía recordar cuáles serían sus orígenes. Ella todavía tenía esa mirada felina y no perdía aun su aura de omnisciencia.

-No pensé que te encontraría aquí, Savitri.- dijo José Delaura, con el muchacho que nunca bautizó con nombre alguno a su lado.

-No debiste hacerlo. Lo mejor es siempre tener esperanza de encontrar a tu ser amado en cualquier lugar del mundo.

José Delaura no supo que contestar. Lo único que atinó a hacer fue sentarse junto a ella y preguntarle directamente lo único que le atormentaba el alma en esos momentos.

-¿Te has enamorado de alguien más?

-Sí,- fue la respuesta seca y concisa, hiriente pero sincera.

José no quería seguir, pero tampoco irse de su lado. El mundo se acaba tan rápido con unas simples palabras o con un simple gesto, y otra pequeña acción es capaz de restaurarlo completamente.

-Escucha: ha sido muy difícil vivir lejos de ti, pero creo que fue mejor que si hubiera intentado hacer una vida estable contigo. Simplemente me hubiera muerto de aburrimiento porque yo no nací para estar atrapada entre cuatro paredes cuidando a alguien, así sea mi Otra Parte. Era pronto para todo, y ahora simplemente ya es demasiado tarde para cambiarlo.

“No quiero hacerte daño, pero tampoco se lo puedo hacer a él. Sé que lo acabo de conocer, pero te diré que a su lado he sentido lo mismo que experimenté cuando te conocí, en aquella tienda de Belfast. No creí que fuera posible volver a encontrar el amor en otra persona, pero lo hice, y ahora estoy más confundida por el hecho de reencontrarte.”

José Delaura ya no sentía molesto. Tampoco se sentía triste o alegre; simplemente vacío. No sentía nada que pudiera sacarlo del abismo donde ahora se encontraba: el destino había decidido que los dos amigos, los dos rivales, los dos compañeros se enamorarían de la misma mujer y que ésta les correspondería. Ella no estaría jugando con ellos, simplemente no podría evitar los misteriosos designios de los dioses.

-Antes era una mujer que venía de una tierra quemada, una niña de triste mirada. Dejé de serlo cuando te conocí, y volver a verte algún día fue lo que mantuvo en pie para seguir adelante. No quiero que pienses que lo que digo es sólo para que me quieras. José Delaura no continuó. Simplemente la besó en la frente y se fue. Sabía que ella seguiría en la ciudad, porque, al parecer, no tenía dinero para salir de ella y ofrecía sus dones sibilinos. No volteó a verla, porque ella también sabía que él tenía la obligación de decidir cuál sería el siguiente paso.

No hay comentarios: